miércoles, 13 de febrero de 2013

Paciencia


Todo sucede en la cocina. Las lentejas danzan en la olla, el olor de siempre, la radio de fondo, la voz del locutor mimetizada entre el resto de sonidos cotidianos. Lo que ocurre es parte del mismo todo.
Y mientras, en la calle, la vida sigue. El ruido de los coches, el ir y venir de la gente, y el periódico y la fruta, el pan y el buenos días, ya te vas...
Y el barrio lleno de viejos, con posibles tal vez, pero viejos. Donde todo se les ha quedado grande: la ropa, los pisos, hasta las dentaduras se les han vuelto rebeldes dentro de las bocas...
Y ese que te cruzas, tan elegante, vive solo, porque sus hijos con otros hijos y sus importantes carreras no tienen donde acogerlo. Y la que vivía allí, también sola, porque su único hijo y por el que lo dio todo se casó con una bruja que nada quiso saber de ella, por eso murió sola, en su enorme casa.
Y la vida se nos alarga en años, pero a costa de sufrir más; es el precio. No sé si compensa.
Y hoy he dormido mejor, parece que la pastilla hizo su efecto. ¿Otra vez lentejas? Pues yo que sé, me gustaría comer cosas distintas. Claro que no soy delicado, nunca lo he sido. Pero la carne no la quiero, que no la puedo tragar. Y las raspas del pescado me fastidian, (como a los niños). Con la lechuga me da tos y ya así no puedo seguir comiendo. Y esos callos, no son como los que me ponía ese camarero tan simpático en el hogar del jubilado. Pero que lo que me pongas “lo mato”, que ya te digo que no soy delicado.
Y esto ¿qué es? ¿Merluza como? ¿Y ensalada? Eso no es comer, demasiado poco.
¿Y hoy? ¿Primero y segundo y ensalada? Eso es un disparate, que yo no como tanto. De postre dame mejor un flan, de huevo, que aunque tiene mucha azúcar y ya comí huevo, por una vez... ¡Cuanto vales!”
marr

jueves, 20 de diciembre de 2012

Dulce Navidad

La Navidad es un cuento para niños. Un cuento que se relata año tras año, siempre en la misma fecha. Aquí debe hacer frío, nevar sería un regalo, aunque a veces el tiempo traiciona y hace sol y templanza.
La Navidad es una fiesta que habría que inventar si no la hubieran inventado hace no se cuantos siglos, porque las personas necesitamos, de pronto, creer en algo, fingir que somos felices y que todo es posible; como un milagro por encargo.
La Navidad intenta relatar el nacimiento del Salvador, el Mesías, el Señor. A golpe de tambor, zambomba y pandereta llenamos las calles de cánticos añejos y machacones, con letras sin sentido, absurdas. Pero no importa, es Navidad y hay que cantar y alegrarse, por decreto.
La Navidad puede sacar lo mejor de nosotros mismos y también lo peor. Hay que comer, cenar, desayunar en familia, toda la familia, la propia y la política, porque sí, porque es lo que toca y porque lo manda la tradición.
¿Cómo te vas a quedar sola en Navidad? ¿Cómo vais a cenar solos la Noche Buena? Preguntan muchos hijos a sus padres ancianos cuando éstos se resisten a salir de la tranquilidad de sus casas.
Pues como cenamos el resto del año, hijo, solos.
Pocas cosas se deben imponer en la vida. Y la obligación de ser feliz cuando el cuerpo te pide estar triste debería de prohibirse.
Todos tenemos derecho a sentirnos como nos de la gana en cada momento de nuestra vida. Reír sin sentido cuando el pecho se nos llena de gozo por cualquier cosa. O llorar de pena cuando el corazón se siente aturdido, cansado, angustiado.
Navidad debería ser todo el año o dejar de existir. En nuestros corazones, digo. Para que cada cual se sienta triste o alegre cuando le venga en gana.
Forzar a celebrar cenas imposibles, comidas interminables, mientras en la tele ponen una y otra vez la imagen de los niños que mueren de hambre y desnutrición severa cada día, es un contrasentido. Parece que sólo existen en Navidad, al menos es cuando más los sacan en todo tipo de programas, para ablandar las conciencias adormecidas el resto del año, abotargadas por el consumismo voraz y estúpido que nos embarga a todos desde hace muchos años.
Anuncios de niños negros, llenos de mocos y con unos inmensos ojos de mirada profunda y vieja, tan vieja como el Hombre. Anuncios que se alternan con los de perfumes de precios desorbitados y de aromas tan similares que parecen sacados de la misma marmita. Metidos en frascos cada vez más rancios, prometiendo noches maravillosas y vidas espectaculares.
La Navidad son luces por las calles, cuyo brillo hace desaparecer por unos días la miseria de los que por ellas transitan. Este año hay algún adorno más. Gente pobre tirada en los rincones al abrigo de unos cartones, con perros de mirada triste dándoles calor y compartiendo un trozo de pan entre amos y perros.
Hacía años que no se veía esa estampa, otrora habitual, por las calles más céntricas de esta ciudad provinciana y cateta. Pero todo vuelve. También el hambre y la miseria.
Probablemente no guste lo que escribo, el instinto de supervivencia nos hace olvidar pronto lo que duele o molesta, para poner de nuevo los villancicos y cantar como descosidos.
Yo cenaré con mis padres un año más, porque son mayores y bastante han pasado en la vida como para filosofar sobre esto con ellos. Pero si llega el día en el que ellos no estén y yo siga en este mundo, creo que cambiaré mi forma de celebrar estas obligadas fiestas. Porque cada año se me atascan más los langostinos, el pavo, los turrones y demás manjares.
Tal vez, incluso, llegado el 24 os desee feliz Noche Buena y feliz Navidad. Porque si tenemos que ser felices, lo seremos.

martes, 6 de noviembre de 2012

El Otoño de la Vida


La vida es efímera. Pasa rápida, nos pilla distraídos la mitad del tiempo.
Es curioso como van avanzando los años y nosotros, mientras, despistados, pensando en el mañana, sin darnos cuenta que el mañana es hoy. Hoy es cuando hay que vivir, porque ayer ya pasó y mañana no existe.
Llegas a viejo, si no pierdes el aliento antes de alguna forma absurda. Hay tantas formas de morir, como de mantenerse vivo. El secreto está en el equilibrio. Si se pierde caes y hay veces, muchas, en las que la caída es para el lado equivocado.
Trabajar con viejos es intenso. Si cuidas a un niño hay una rutina y si cuidas a un viejo la rutina es muy parecida, pero al revés.
Los viejos necesitan tranquilidad, rodearse de sus cosas, las antiguas sobre todo.
Mis viejos son adorables. Agradecen cada cosa que les hago, ponerles gotas en los ojos o ayudarles a calzarse; buscar el bastón olvidado en un rincón de la casa, recordarles la cita del médico, o prepararles algo rico para comer. Aún cuando dicen no tener hambre dejan el plato limpio. Son agradecidos y eso, para mí, forma parte de la recompensa.
Sólo hay que dejar que hablen, que cuenten, que recuerden en voz alta. Dejar que suelten muchas cosas que llevan dentro y que ya nadie les quiere oír. Hablar de la guerra, para ella, es importante, porque era una niña y eso, con los tiempos revueltos que vivimos de nuevo, está volviendo a su mente cuando lo creía ya olvidado. Pero los hijos no quieren que les cuenten penas antiguas. Así que poco a poco, me las va contando a mi. Yo aprendo de ella y ella me mira con ojos complacidos al sentirse escuchada y comprendida.
A mi viejo le gusta recordar cuando era joven. Cuando va a la calle a dar su paseo y le digo que está guapo sonríe pícaro y recuerda cómo de guapo era en su juventud, que iba firmando autógrafos por la calle, bromea. Entonces si que era un hombretón y ahora piensa que no queda nada de lo que hubo.
Han vivido una vida, amado, criado hijos, trabajado duro para darles carrera. Han tenido buenas épocas, donde salían a cenar, con amigos, cuando eran amantes y dormían en la misma cama. Eso ya pasó, todo eso dejó de ser hace no sé cuanto tiempo. Pero ella, siente nostalgia de aquellos días en que eran autónomos y los fuertes de la familia. Cuando los hijos se apoyaban en ellos y pedían ayuda y consejo. Ya no. Ya son ellos los que están necesitados de todo lo que no se compra. Necesitan amor, cariño, comprensión; ser escuchados. Que no les recriminen sus manías.
Ella quiere quemar las fotos de sus antepasados, sus familiares y amigos que ya no están, que ya no existen. Quiere romperlas, para que sus hijos no las tiren luego sin saber quienes están ahí reflejados.
Él busca sin descanso cada día, cuando ella duerme, por los cajones, en los armarios. Lo revuelve todo buscando no sé qué cosa. Encuentra retratos de su madre, la ve la más guapa de las mujeres y recuerda cuando era joven y luchadora. Ya hace años que le tocó enterrarla, justo el día de los Santos y ahora, de nuevo, la añora con demasiada melancolía.
La vida se le escapa, se le agota, cada día un poco más. Ella tiene la cabeza fría aún y mientras hacemos la lista de la compra me comenta que ha ido a ver un jersey negro, que no tiene ninguno y que lo necesitará para el entierro. Porque parece ser que él morirá antes, está peor. Y ella quiere estar preparada. Lo dice así, tranquila. No quiere que le hagan más pruebas en el hospital. Para qué. Que lo dejen tranquilo, con su comida, su cama bien limpia, sus cosas. Que vengan los hijos a visitarlo y que le den compañía. Que le echen una mano a ella, que está agotada de andar pendiente todo el día de sus necesidades. Las mujeres, que no nos podemos poner viejas.
Cada día que voy a trabajar es una lección de vida. Porque hay que estar preparado para la vida y también para la muerte. Morir es algo natural, cuando se muere de viejo. Estoy aprendiendo que hay que ser generoso con el final de quienes amamos. Proporcionarles la paz que necesitan, el calor humano que reclaman, leer entre líneas cuando nos hablan, ser sus manos y sus ojos cuando estas les fallen. Al igual que los niños, no sólo necesitan comer y dormir, también que les llegue cuanto los queremos, cuanto los admiramos y como de agradecidos estamos por todo lo que nos han enseñado y regalado.
Me gustan “mis viejos”. Me gusta la vida y todo lo que en ella se puede aprender cada día.

viernes, 7 de septiembre de 2012

"De mi corazón a mis asuntos..."


Hay dos tipos de personas que me fascinan: las que escriben y las que componen. Las gentes que con su pluma conmueven las almas de quienes los leen y que con sus letras hacen llorar, reír, sentir, respirar y suspirar. Quienes con sus voces, sus guitarras o violines, pianos, tambores o arpas, calman sin sabores y despiertan las ganas de vivir.
Esas personas que con lo que sienten hacen sentir a los demás. Saber describir un ocaso o un amanecer, sin que los ojos necesiten verlo, poder percibir el olor del mar aún estando lejos, no saber si es invierno o verano afuera si dentro estás inmerso en la lectura de un libro que te atrapa, que lees como si la historia fuese tuya. O añorar el otoño cuando escuchas a Vivaldi, aunque sea primavera.
Qué admiración me inspira aquella persona que con un lápiz y un pentagrama crea esa magia que ayuda a sobrellevar el día a día con una sonrisa a pesar de los pesares. Sonidos imposibles, notas enlazadas entre si para hacerte pensar que vives en otra parte, que eres protagonista de una vida distinta. Te ayudan a soñar y a creer que otro mundo es posible. Tal vez ellos no lo saben, quizá para esas gentes es algo cotidiano, que los acompaña desde siempre. A lo mejor no tienen idea, no son conscientes de lo que sus obras influyen en los demás, de lo felices que pueden llegar a hacer a quien lleva una vida anodina y rutinaria. Quizá ellos mismos se sientan igual de aburridos, quien sabe lo que pasa por la mente de otras personas.
La inminente llegada del Otoño me seduce siempre. Estoy ansiosa porque la noche llegue antes, necesitada de lluvia, de olor a mojado, de aire limpio y fresco, de café en la merienda y de taparme para dormir. Acurrucarme y que el negro de la noche haga que me entregue a un sueño tranquilo, que repare las heridas que el día me cause y haga que me levante otra vez nueva y lista para un nuevo día.
El verano no me gusta, apenas me gustaba antes y cada año que pasa sobre mi me gusta menos. No me gusta el calor sofocante, ni los días interminables, ni las noches de insomnio, ni el sudor que me empapa, ni la ducha que no refresca. No me gusta el desorden, quien lo diría, que el estío provoca en nuestras vidas, ni las vacaciones forzadas, ni la alegría simulada de que todo es fantástico porque es verano.
Me gustan los días cortos y el frío intenso, los jerséis de cuello vuelto y los edredones de plumas, los pijamas calentitos para estar en casa arropada en la mesa camilla y los libros bajo la lamparita. Sin tele, sin canción del verano, con Mozart a lo lejos y el olor a palomitas con miel.
Eso es lo que añoro y me gusta. Por suerte, siempre, tras el verano llega el otoño...

martes, 19 de junio de 2012

La ciudad dormida...



‎La ciudad dormida de los poetas muertos,
transita lenta y melancólica por los senderos del tiempo.
El esplendor de antaño, apagado, víctima del miedo,
escondido en lo más profundo, yerto.
La ciudad del sentimiento, herida siempre,
olvidada y consternada... Aún queda gente que te ama,
porque siempre serás la cuna del que te cantó,
con versos libres, desde el fondo de su alma.
maría



domingo, 10 de junio de 2012


Qué silencio tan extraño, como dice mi amada y querida amiga Elisa. ¿Qué nos queda en esta vida en la que nos están despojando de toda esperanza para avanzar?. ¿Qué teníamos que no nos hayan quitado, intervenido?. Hasta la ilusión. Primero hipotecamos nuestras vidas ansiando vivir de una manera tan vacía. Y ahora que ya no queda nada, que ni casa, ni trabajo, ahora nos damos cuenta de lo equivocados que hemos estado. Vivir para tener es el mayor error que una persona puede cometer en su vida. Vivir para ser, ese es el camino, esa era la bifurcación que deberíamos haber tomado en el trayecto. Ser inteligentes, ser amables, ser generosos, ser amantes, ser como los animales de la selva, comer para vivir y vivir para sentir; criar a los hijos como buenas madres y como buenos padres, disfrutar de su niñez, alimentarlos con el pecho que da la vida, abrazarlos y arroparlos, calmar sus miedos, curar sus enfermedades, con cariño y paciencia.
Se nos pasa la vida anhelando tesoros imposibles, adorando al dios del dinero, para tener dos casas, dos coches, dos cuentas corrientes. En definitiva para tener y tener y nos olvidamos del ser.
Porque yo quiero que mis hijos sean buenas personas, que sepan valorar lo que no se compra, que disfruten del sol, que no por estar ahí cada día vale menos. De la luna, que no por salir a lucirse cada noche tiene menos importancia. Del bosque, del mar, de la naturaleza que no para de darnos pistas de como vivir y casi nunca la escuchamos.
¿Qué nos queda? La fe en nosotros mismos, la capacidad de reinventarnos, de resurgir como el ave fénix de nuestras propias cenizas. Se lo debemos a los que murieron por la libertad, a los que fueron asesinados por querer ser libres, por amar la vida; a esos que pelearon por lo derechos que hoy día, entre todos, nos hemos encargado de patear y pisotear una vez más. Se lo debemos a nuestros hijos, que tal vez aún no puedan hacer oír sus voces pero que con sus miradas nos suplican que el miedo no nos haga arruinar el mundo que les va a quedar por herencia a ellos. Nos lo debemos a nosotros mismos. Porque vivir con la mirada agachada nos oprime el alma, porque tragar y tragar nos hace ahogarnos en nuestra propia vergüenza y en una cobardía que no nos pega, que no nos deja avanzar. Vivir para soñar y hacer esos sueños realidad. Eso es lo que tenemos que hacer, esa es nuestra obligación, nuestra tarea para hoy, mañana, y hasta el día que se nos oiga y se nos tenga en cuenta. No queremos más mentiras, no queremos más engaños y no queremos en el poder a ladrones hijos de satanás que roban el pan de nuestras familias y nos quitan el derecho a sentirnos dignos.
Qué triste me siento desde hace tiempo, pero lo que quiero es cambiar esa tristeza por rabia. Que la tristeza me paraliza y yo lo que quiero es luchar por lo que es digno y por lo que es nuestro.
maría

lunes, 20 de febrero de 2012

Riqueza


Me pasa una cosa muy curiosa. Cuanto menos tengo, más rica me siento. Porque cada peldaño que he bajado me ha servido para asentar más los pies en la suelo. Tal vez cuando camine descalza y sienta la energía de la tierra subiendo por mis piernas, inundando mi cuerpo sea yo misma de verdad, sin adornos, sin afeites. Me siento como un folio blanco donde poder escribir versos, hermosas historias, canciones de amor, el teatro de la vida. Me siento como un lienzo blanco, donde poder dibujar con pinceladas suaves un maravilloso paisaje de mar, o la colina majestuosa de la Alhambra. Siento que mi alma es una esponja, impaciente por empapar tantas cosas que querría aprender, experiencias no vividas que los demás me cuentan y que yo quiero disfrutar, aunque soy consciente de que no puedo recuperar el tiempo perdido, precisamente por eso quiero no perder más ni un minuto en no vivir.
Pensé que nuca más podría tener amigos, y me equivoqué, sólo tengo que buscar en otros lares, en otras plazas, porque siempre hay gente dispuesta a compartir, necesitada de dar calor y de recibir sonrisas. Estoy contenta, porque cuanto menos necesito más llena me siento.
Dijo Violeta Parra: Gracias a la vida, que me ha dado tanto... Sólo hay que observar lo que nos rodea y descubrir todo lo bueno. Aprender de las malas experiencias es una virtud que cada día cultivo mejor y que cada día me da mejores frutos. La vida es una gran escuela donde todos podemos ser alumnos y maestros. Sólo hay que ser generosos para regalar lo que sabemos y humildes para aprender lo que ignoramos. Es un trueque muy sencillo, al alcance de todos. Sólo hay que tomar asiento al lado de quien nos puede enseñar, abrir muy bien los ojos y aguzar el oído. Siempre, siempre aprenderemos algo nuevo y maravilloso.