viernes, 7 de septiembre de 2012

"De mi corazón a mis asuntos..."


Hay dos tipos de personas que me fascinan: las que escriben y las que componen. Las gentes que con su pluma conmueven las almas de quienes los leen y que con sus letras hacen llorar, reír, sentir, respirar y suspirar. Quienes con sus voces, sus guitarras o violines, pianos, tambores o arpas, calman sin sabores y despiertan las ganas de vivir.
Esas personas que con lo que sienten hacen sentir a los demás. Saber describir un ocaso o un amanecer, sin que los ojos necesiten verlo, poder percibir el olor del mar aún estando lejos, no saber si es invierno o verano afuera si dentro estás inmerso en la lectura de un libro que te atrapa, que lees como si la historia fuese tuya. O añorar el otoño cuando escuchas a Vivaldi, aunque sea primavera.
Qué admiración me inspira aquella persona que con un lápiz y un pentagrama crea esa magia que ayuda a sobrellevar el día a día con una sonrisa a pesar de los pesares. Sonidos imposibles, notas enlazadas entre si para hacerte pensar que vives en otra parte, que eres protagonista de una vida distinta. Te ayudan a soñar y a creer que otro mundo es posible. Tal vez ellos no lo saben, quizá para esas gentes es algo cotidiano, que los acompaña desde siempre. A lo mejor no tienen idea, no son conscientes de lo que sus obras influyen en los demás, de lo felices que pueden llegar a hacer a quien lleva una vida anodina y rutinaria. Quizá ellos mismos se sientan igual de aburridos, quien sabe lo que pasa por la mente de otras personas.
La inminente llegada del Otoño me seduce siempre. Estoy ansiosa porque la noche llegue antes, necesitada de lluvia, de olor a mojado, de aire limpio y fresco, de café en la merienda y de taparme para dormir. Acurrucarme y que el negro de la noche haga que me entregue a un sueño tranquilo, que repare las heridas que el día me cause y haga que me levante otra vez nueva y lista para un nuevo día.
El verano no me gusta, apenas me gustaba antes y cada año que pasa sobre mi me gusta menos. No me gusta el calor sofocante, ni los días interminables, ni las noches de insomnio, ni el sudor que me empapa, ni la ducha que no refresca. No me gusta el desorden, quien lo diría, que el estío provoca en nuestras vidas, ni las vacaciones forzadas, ni la alegría simulada de que todo es fantástico porque es verano.
Me gustan los días cortos y el frío intenso, los jerséis de cuello vuelto y los edredones de plumas, los pijamas calentitos para estar en casa arropada en la mesa camilla y los libros bajo la lamparita. Sin tele, sin canción del verano, con Mozart a lo lejos y el olor a palomitas con miel.
Eso es lo que añoro y me gusta. Por suerte, siempre, tras el verano llega el otoño...