martes, 6 de noviembre de 2012

El Otoño de la Vida


La vida es efímera. Pasa rápida, nos pilla distraídos la mitad del tiempo.
Es curioso como van avanzando los años y nosotros, mientras, despistados, pensando en el mañana, sin darnos cuenta que el mañana es hoy. Hoy es cuando hay que vivir, porque ayer ya pasó y mañana no existe.
Llegas a viejo, si no pierdes el aliento antes de alguna forma absurda. Hay tantas formas de morir, como de mantenerse vivo. El secreto está en el equilibrio. Si se pierde caes y hay veces, muchas, en las que la caída es para el lado equivocado.
Trabajar con viejos es intenso. Si cuidas a un niño hay una rutina y si cuidas a un viejo la rutina es muy parecida, pero al revés.
Los viejos necesitan tranquilidad, rodearse de sus cosas, las antiguas sobre todo.
Mis viejos son adorables. Agradecen cada cosa que les hago, ponerles gotas en los ojos o ayudarles a calzarse; buscar el bastón olvidado en un rincón de la casa, recordarles la cita del médico, o prepararles algo rico para comer. Aún cuando dicen no tener hambre dejan el plato limpio. Son agradecidos y eso, para mí, forma parte de la recompensa.
Sólo hay que dejar que hablen, que cuenten, que recuerden en voz alta. Dejar que suelten muchas cosas que llevan dentro y que ya nadie les quiere oír. Hablar de la guerra, para ella, es importante, porque era una niña y eso, con los tiempos revueltos que vivimos de nuevo, está volviendo a su mente cuando lo creía ya olvidado. Pero los hijos no quieren que les cuenten penas antiguas. Así que poco a poco, me las va contando a mi. Yo aprendo de ella y ella me mira con ojos complacidos al sentirse escuchada y comprendida.
A mi viejo le gusta recordar cuando era joven. Cuando va a la calle a dar su paseo y le digo que está guapo sonríe pícaro y recuerda cómo de guapo era en su juventud, que iba firmando autógrafos por la calle, bromea. Entonces si que era un hombretón y ahora piensa que no queda nada de lo que hubo.
Han vivido una vida, amado, criado hijos, trabajado duro para darles carrera. Han tenido buenas épocas, donde salían a cenar, con amigos, cuando eran amantes y dormían en la misma cama. Eso ya pasó, todo eso dejó de ser hace no sé cuanto tiempo. Pero ella, siente nostalgia de aquellos días en que eran autónomos y los fuertes de la familia. Cuando los hijos se apoyaban en ellos y pedían ayuda y consejo. Ya no. Ya son ellos los que están necesitados de todo lo que no se compra. Necesitan amor, cariño, comprensión; ser escuchados. Que no les recriminen sus manías.
Ella quiere quemar las fotos de sus antepasados, sus familiares y amigos que ya no están, que ya no existen. Quiere romperlas, para que sus hijos no las tiren luego sin saber quienes están ahí reflejados.
Él busca sin descanso cada día, cuando ella duerme, por los cajones, en los armarios. Lo revuelve todo buscando no sé qué cosa. Encuentra retratos de su madre, la ve la más guapa de las mujeres y recuerda cuando era joven y luchadora. Ya hace años que le tocó enterrarla, justo el día de los Santos y ahora, de nuevo, la añora con demasiada melancolía.
La vida se le escapa, se le agota, cada día un poco más. Ella tiene la cabeza fría aún y mientras hacemos la lista de la compra me comenta que ha ido a ver un jersey negro, que no tiene ninguno y que lo necesitará para el entierro. Porque parece ser que él morirá antes, está peor. Y ella quiere estar preparada. Lo dice así, tranquila. No quiere que le hagan más pruebas en el hospital. Para qué. Que lo dejen tranquilo, con su comida, su cama bien limpia, sus cosas. Que vengan los hijos a visitarlo y que le den compañía. Que le echen una mano a ella, que está agotada de andar pendiente todo el día de sus necesidades. Las mujeres, que no nos podemos poner viejas.
Cada día que voy a trabajar es una lección de vida. Porque hay que estar preparado para la vida y también para la muerte. Morir es algo natural, cuando se muere de viejo. Estoy aprendiendo que hay que ser generoso con el final de quienes amamos. Proporcionarles la paz que necesitan, el calor humano que reclaman, leer entre líneas cuando nos hablan, ser sus manos y sus ojos cuando estas les fallen. Al igual que los niños, no sólo necesitan comer y dormir, también que les llegue cuanto los queremos, cuanto los admiramos y como de agradecidos estamos por todo lo que nos han enseñado y regalado.
Me gustan “mis viejos”. Me gusta la vida y todo lo que en ella se puede aprender cada día.