La
vida es efímera. Pasa rápida, nos pilla distraídos la mitad del
tiempo.
Es
curioso como van avanzando los años y nosotros, mientras,
despistados, pensando en el mañana, sin darnos cuenta que el mañana
es hoy. Hoy es cuando hay que vivir, porque ayer ya pasó y mañana
no existe.
Llegas
a viejo, si no pierdes el aliento antes de alguna forma absurda. Hay
tantas formas de morir, como de mantenerse vivo. El secreto está en
el equilibrio. Si se pierde caes y hay veces, muchas, en las que la caída
es para el lado equivocado.
Trabajar
con viejos es intenso. Si cuidas a un niño hay una rutina y si
cuidas a un viejo la rutina es muy parecida, pero al revés.
Los
viejos necesitan tranquilidad, rodearse de sus cosas, las antiguas
sobre todo.
Mis
viejos son adorables. Agradecen cada cosa que les hago, ponerles
gotas en los ojos o ayudarles a calzarse; buscar el bastón olvidado
en un rincón de la casa, recordarles la cita del médico, o
prepararles algo rico para comer. Aún cuando dicen no tener hambre
dejan el plato limpio. Son agradecidos y eso, para mí, forma parte de
la recompensa.
Sólo
hay que dejar que hablen, que cuenten, que recuerden en voz alta.
Dejar que suelten muchas cosas que llevan dentro y que ya nadie les
quiere oír. Hablar de la guerra, para ella, es importante, porque
era una niña y eso, con los tiempos revueltos que vivimos de nuevo,
está volviendo a su mente cuando lo creía ya olvidado. Pero los
hijos no quieren que les cuenten penas antiguas. Así que poco a
poco, me las va contando a mi. Yo aprendo de ella y ella me mira con
ojos complacidos al sentirse escuchada y comprendida.
A
mi viejo le gusta recordar cuando era joven. Cuando va a la calle a
dar su paseo y le digo que está guapo sonríe pícaro y recuerda
cómo de guapo era en su juventud, que iba firmando autógrafos por
la calle, bromea. Entonces si que era un hombretón y ahora piensa
que no queda nada de lo que hubo.
Han
vivido una vida, amado, criado hijos, trabajado duro para darles
carrera. Han tenido buenas épocas, donde salían a cenar, con
amigos, cuando eran amantes y dormían en la misma cama. Eso ya pasó,
todo eso dejó de ser hace no sé cuanto tiempo. Pero ella, siente
nostalgia de aquellos días en que eran autónomos y los fuertes de
la familia. Cuando los hijos se apoyaban en ellos y pedían ayuda y
consejo. Ya no. Ya son ellos los que están necesitados de todo lo
que no se compra. Necesitan amor, cariño, comprensión; ser
escuchados. Que no les recriminen sus manías.
Ella
quiere quemar las fotos de sus antepasados, sus familiares y amigos
que ya no están, que ya no existen. Quiere romperlas, para que sus
hijos no las tiren luego sin saber quienes están ahí reflejados.
Él
busca sin descanso cada día, cuando ella duerme, por los cajones, en
los armarios. Lo revuelve todo buscando no sé qué cosa. Encuentra
retratos de su madre, la ve la más guapa de las mujeres y recuerda
cuando era joven y luchadora. Ya hace años que le tocó enterrarla,
justo el día de los Santos y ahora, de nuevo, la añora con
demasiada melancolía.
La
vida se le escapa, se le agota, cada día un poco más. Ella tiene la
cabeza fría aún y mientras hacemos la lista de la compra me comenta
que ha ido a ver un jersey negro, que no tiene ninguno y que lo
necesitará para el entierro. Porque parece ser que él morirá
antes, está peor. Y ella quiere estar preparada. Lo dice así,
tranquila. No quiere que le hagan más pruebas en el hospital. Para
qué. Que lo dejen tranquilo, con su comida, su cama bien limpia, sus
cosas. Que vengan los hijos a visitarlo y que le den compañía. Que
le echen una mano a ella, que está agotada de andar pendiente todo
el día de sus necesidades. Las mujeres, que no nos podemos poner
viejas.
Cada
día que voy a trabajar es una lección de vida. Porque hay que estar
preparado para la vida y también para la muerte. Morir es algo
natural, cuando se muere de viejo. Estoy aprendiendo que hay que ser
generoso con el final de quienes amamos. Proporcionarles la paz que
necesitan, el calor humano que reclaman, leer entre líneas cuando
nos hablan, ser sus manos y sus ojos cuando estas les fallen. Al
igual que los niños, no sólo necesitan comer y dormir, también que
les llegue cuanto los queremos, cuanto los admiramos y como de
agradecidos estamos por todo lo que nos han enseñado y regalado.
Me
gustan “mis viejos”. Me gusta la vida y todo lo que en ella se
puede aprender cada día.